La cartografía de la intolerancia

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Un día, chachareaba en Internet y en el proceso de bobeo me topé con  una página que presentaba un mapa con los países más racistas del mundo realizado por la World Values Survey . Las conclusiones no dejan de ser, como en cualquier investigación, parciales, pero sí ofrece pautas de reflexión interesantes que vale la pena retomar para repensar nuestras realidades concretas.

Las investigaciones y el mapa resultante escupen una realidad aparentemente contradictoria:  que el mayor índice de racismo se localiza en los países en vías de desarrollo, como Bangladesh y Jordania, mientras que la cultura de la tolerancia está instalada en el continente Americano, así como en Australia. Europa occidental se haya a la mitad del camino, entre indicadores de tolerancia media a baja. Y es que uno se sigue figurando el racismo en términos de Blanco Bueno / Negro(café, amarillo, gris) Malo, cuando la realidad resulta ser mucho más compleja y que con mucho rebasa los términos dicotómicos en que entendemos este asunto calificado como uno de los oscurantismos del siglo XXI.

La verdad es que el racismo se desdobla en cantidad de oposiciones donde blanco vs negro es así como la más legendaria porque nunca hemos superado nuestro pensamiento colonial, pero que coexiste con negro vs negro, moreno vs prieto, prieto vs amarillo, café vs café con leche, blanco vs blanco y así todas las combinaciones que no se me pueden ocurrir. Qué es lo que deja ver, en todo caso, esta cartografía de la intolerancia? Definitivamente no una cuestión de raza, sino, una cuestión donde la raza es la punta de un iceberg que navega en un mar intrincado de nuevas coyunturas económicas y políticas donde la poca o nula disposición  a cohabitar un espacio con extranjeros tiene menos que ver con su color que con la resignificación de su presencia como una amenaza a sus propios intereses, como competencia en una realidad económica poco amable. Ya lo dice Umberto Eco,  “Es fundamental que la gente se encuentre entre sí en situaciones no conflictivas, el racismo se produce no cuando un español va a Turquía, sino cuando un turco viene a trabajar a España. El verdadero racismo es siempre el racismo del pobre contra el pobre, los ricos no son racistas porque no les afecta.»

¿De qué otro modo podría explicarse que países considerados de Primer Mundo no estén en la lista de los más tolerantes? Francia, España e Inglaterra elevan de manera cada vez más manifiesta la bandera del racismo en medio de sus respectivas crisis, en franca contradicción con la imagen «progresista» que su propia historia les ha otorgado. Es decir, el racismo del siglo XXI está más vinculado a factores de carácter económico que ideológico, aunque no faltará quien diga, que esto nunca ha sido otra manera y que el racismo siempre ha formado parte de una ideología que legitima intereses económicos, que no de otra manera se puede entender lo que los británicos o los portugueses hicieron con los africanos o los españoles con las culturas mesoamericanas. Pero yo creo que sí hay una diferencia sustancial, porque, si bien el racismo de los siglos del colonialismo europeo es un fenómeno paralelo a las relaciones económicas propias del período, ésta fue una ideología promovida desde los centros de poder como refuerzo y legitimación de su sistema productivo, sin embargo era algo previamente asumido, es decir, la superioridad del hombre blanco era un asunto ya procesado e instalado en la mentalidad colectiva y de ahí retomado para favorecer los intereses de los núcleos de poder en cuestión.

En nuestro tiempo, el racismo se vuelve más complejo porque, aunado a esta programación que arrastramos de las jerarquías raciales, surgen enfrentamientos marcados por la intolerancia que emergen del contexto contemporáneo de las nuevas migraciones, en el marco de la  crisis económica que castiga fuertemente a Europa. De tal modo que cuando un francés muele a golpes a un marroquí, está presente el sentido de superioridad racial pero combinado con esa percepción de «intrusión» que ha cobrado importancia en medio de tanta inseguridad económica y social . Se vuelve una lucha de Pobre (blanco) vs Pobre (negro).

El racismo es un fantasma terco (la expresión es mero recurso estético, el racismo estará presente siempre, bajo formas distintas, y no es algo que necesariamente deba «desaparecer, por malo»), renuente a abandonarnos y por ello se recicla, se reinventa. Es improbable que haya abandonado incluso las culturas que aparecen «libres de intolerancia» como la norteamericana o la australiana.

Ciertamente, a mayores índices de bienestar económico mayor apertura al Otro (por eso los ricos se ven sonrientes tan a menudo), pero lo que las encuestas presentan como un alto porcentaje de tolerancia, quizás lo que debiéramos leer es un profundo miedo a revelar su verdadero sentir respecto a todos esos migrantes que luchan por llegar y permanecer en esas auténticas tierras de sueños, aderezados por los recuerdos frescos aún de sociedades segregacionistas. En este caso, estos países tolerantes han visto desarrollar en su interior una cultura de apertura y tolerancia, primero porque económicamente es viable pero también porque verdaderamente esas mismas condiciones de bienestar favorecen una educación y mentalidades que rechazan abiertamente el racismo. Todo lo anterior, no contradice el hecho de que siga existiendo en los subterráneos de su pensamiento, un franco rechazo por otras razas, en el sentido original del racismo como exacerbación racial de un grupo étnico.

Desde mi experiencia, México está instalado en este racismo «originario», puesto que no es, como el caso de Francia o España, destino decisivo de migraciones internacionales permanentes, no llegan oleadas de extranjeros de países más jodidos a quitarnos nuestras chambas y a limitar nuestra disponibilidad de recursos. México vive su racismo hacia adentro, hacia los grupos étnicos que, o bien magnificamos en versiones anacrónicas y ridículas tipo «Penacho y grandeza milenaria» o sobajamos en franca muestra de nuestro pensamiento colonizado.

Y es que por alguna razón hemos continuado la oposición «español-indígena», claro que en otros términos, pero cuántos de nosotros nos preocupamos por destacar que somos «morenos claros» o «trigueños» o «blanquitos» o mi favorito: «es morenito (a) pero muy guapo (a), que independientemente de su correspondencia con la realidad, dan cuenta de esta programación de jerarquizar por el color, herencia de un período que por otra parte, condenamos con dureza en nuestros discursos de ciudadanos indignados. La pregunta es, por qué México no ha dado ese salto? Es más, el mapa del racismo nos ubica como un país bastante tolerante, pero eso me parece que se trata de una tolerancia «hacia afuera» porque los mexicanos nos hemos distinguido siempre por recibir con los brazos abiertos a todo lo que llega de fuera, sea del color que sea. Nuestra amabilidad se derrama con el visitante, pero no existe la misma solidaridad con el que cohabita en este imaginario llamado México, y sobre ello abundan pruebas, mismas que retomaré en la continuación de este artículo buenoparanada.

Este es el link que los llevará al mapa y al artículo http://nuestrascharlasnocturnas.wordpress.com/2013/05/18/crean-mapa-con-los-paises-mas-racistas/

Hasta la vista.

Un comentario en “La cartografía de la intolerancia

  1. Me gustaría que hablaras en tu siguiente articulo del caso tan peculiar de la Baja Sur. Abierta a los extranjeros con dolares pero siempre mirando con recelo o arriba del hombro a los que vienen a trabajar.

    Somos una «isla» medio acomplejada? o realmente somos tan buenas gentes y los que vienen de afuera son los malvados? (sobre todo en cuestiones laborales como que tenemos la impresión de que son mas exigentes, oportunistas y/o severos)

    aunque a grandes rasgos todo lo que apuntas puede aplicarse a nuestra situación, se que tu ojo critico podra encontrar «esa» diferencia unica de nuestro estado con respecto al racismo al interno y externo

    Siempre tan gafapasta Lore

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